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Cuando era niña, durante una temporada estaba de moda jugar a la “gallinita ciega” con los amigos, que básicamente consistía en vendarnos los ojos mientras alguien más nos giraba en unos cuantos círculos para luego empezar a buscar al resto de jugadores. Lo gracioso de este juego era que después de tantas vueltas quedabas completamente desorientado y mareado, no podías avanzar porque los pies te tambalean y no podías reconocer fácilmente el rostro de tus amigos, era una extraña sensación, pero a la vez es divertida.
Antes de jugar siempre preguntábamos ¿quién va vendarse los ojos?, y era muy común que alguien levantara la mano y dijera yo, pero siempre había la condición: “yo me vendo los ojos si tal persona me da vueltas”, porque sabíamos que esa persona nos daría vueltas consideradas, es más, en muchos casos la confianza y complicidad eran tan altas que le decíamos: “solo deme una vuelta y seguimos contando para que crean que me estás girando”, y obviamente ahí era muy fácil encontrar a los demás.
Recuerdo que en más de una ocasión me negaba a ser la gallinita ciega porque no dejaban que la persona de mi total confianza me diera vueltas, puesto que yo sabía que esa persona no me iba a girar tanto y así ganaba encontrando a todos rápidamente, este truco nunca fallaba.
A medida que crecemos vamos aprendiendo el valor de la confianza, de encontrar refugio en alguien que nos hace sentir importantes porque nos cuida, nos escucha, nos aconseja, nos abraza cuando nos desmoronamos, que guarda secretos y que es nuestro cómplice mientras caminamos por la vida.
A veces nuestro instinto de supervivencia nos juega una mala pasada y confiamos en quien no debemos hacerlo, ya que tarde o temprano esa persona termina fallándonos y no es porque sea mala, simplemente sus términos de confianza eran diferentes a los nuestros, y muchas veces el hecho de sentirnos traicionados por alguien que era digno de nuestra confianza, duele, y duele tanto que empezamos a cerrar nuestro corazón y a desconfiar de todos a nuestro alrededor.
Lamentablemente para aprender las lecciones de la vida primero nos golpeamos y luego asimilamos la enseñanza de aquello, primero sentimos dolor y después reflexionamos frente a lo que nos sucedió, y estas situaciones son parte de nosotros, son las cosas que han formado nuestro carácter y personalidad; y finalmente, posterior a todas estas decepciones te preguntarás, ¿entonces en quién puedo confiar?, desde mi perspectiva puedo darte una respuesta, y es SI, hay alguien en quién puedes confiar plenamente con los ojos cerrados, alguien que tiene cuidado de ti antes de nacer, alguien que no importa que tan malo te sientas por tus actos, no te juzgará y te ayudará a enmendar tus errores con amor, alguien a quién no le importa la hora que le busques, Él siempre estará ahí, y lo mejor es que podemos sentirlo en piel, podemos sentir su amor y seguridad a través de personas en las que Él habita.
No importa cuántas veces te fallaron, cuantas veces confiaste en la persona equivocada, cuántas heridas y dudas tengas en tu corazón porque defraudaron tu confianza, nada de eso importa porque Dios está esperando con los brazos abiertos que pongas tu confianza en Él, tal y como dice en Proverbios 3: 5-6 “Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas.”
Antes de finalizar quiero compartir esta frase contigo: El sufrimiento no destruye la Fe, al contrario, lo reafirma, y vale la pena confiar en Dios, incluso cuando no podamos ver.
Gracias por leernos, un abrazo a la distancia.
Dios te bendiga.
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